martes, 16 de febrero de 2010

A las puertas de la Cuaresma.


La Cuaresma es, ante todo, tiempo de conversión, que no es otra cosa que la vuelta de toda la persona, del hombre entero, a Dios. A ella nos invita el Señor por boca del profeta Joel: "convertíos a mí de todo corazón... Rasgad los corazones y no las vestiduras" (Jo 2,12-13). Efectivamente, nuestra conversión debe comenzar por el corazón. No se trata, pues, de un cambio superficial, periférico, externo o simplemente cosmético, sino de penetrar con hondura y verdad en las entretelas del corazón para cambiar nuestros criterios y actitudes, abandonando nuestras cobardías, nuestra tibieza, nuestra somnolencia, nuestras pequeñas o grandes infidelidades, nuestra resistencia sorda a la gracia de Dios, nuestra instalación en la mediocridad o en el aburguesamiento espiritual.

Para realizar esta tarea, importantísima en la Cuaresma, que, si ha de ser completa, conlleva también una ruptura valiente con los apegos que nos esclavizan y separan de Dios, es imprescindible el desierto, la soledad y el silencio, a imitación de Jesús, que para iniciar la epopeya de nuestra salvación, se retira al Monte de la Cuarentena para estar a solas con el Padre. Por ello, actitud fundamental en la Cuaresma es también la oración y la escucha de la Palabra de Dios. En ella reconocemos nuestras miserias, nos encomendamos a la piedad del Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y le pedimos un corazón nuevo, que nos renueve por dentro con espíritu firme, que nos conceda experimentar la alegría de su salvación y nos afiance con espíritu generoso en la amistad e intimidad con Él (cfr. Sal 50,12-14).

Fuente: Diócesis de Córdoba. Extracto Carta Pastoral 2005.
Excmo. y Rdvmo. Sr. D. Juan José Asenjo Pelegrina